Los
beneficios del optimismo son numerosos. Se asocia a índices más bajos de
enfermedad, de depresión y de suicidio, y a niveles más elevados de rendimiento
académico y deportivo, adaptación profesionaly calidad de vida familiar
(Gillham, 2000;Seligman, 1998; Seligman, Reivich, Jaycox, y Gillham, 2005).
También se considera un factor protector del consumo de sustancias en
situaciones estresantes (Torres Jiménez, Robert, Tejero, Boget y Pérez de los
Cobos, 2006). Las investigaciones realizadas durante cinco años con más de 500
niños participantes en el Estudio Longitudinal de la Depresión Infantil
muestran que la explicación optimista amortigua el impacto perjudicial de la
adversidad y protege de la depresión, mientras que el estilo pesimista aumenta
el riesgo (Nolen-Hoeksema, Girgus y Seligman, 1992; Seligman et al., 1984). Gladstone
y Kaslow (1995) llevaron a cabo un meta-análisis con 28 estudios originales que
incluían 7.500 participantes. Los criterios de inclusión fueron que a)
estuviera publicado, b) evaluara el estilo atribucional (CASQ, CASQ-R), c)
empleara un autoinforme de depresión (CDI, BDI, CDRS, CES-D), d) reclutara
muestras, clínicas y no clínicas, integradas por niños y adolescentes. Los
resultados confirmaron las hipótesis de la teoría reformulada de la indefensión
aprendida. Los niveles más elevados de síntomas depresivos se relacionaron significativamente
con atribuciones internas, permanentes y globales para los resultados
negativos, y externas, temporales y específicas para los resultados positivos.
Un
estudio realizado en seis países europeos reveló que España presentaba la mayor
frecuencia de personas con ansiedad y depresión (King et al., 2008). La
depresión infantil y adolescente suscita cada vez más el interés de los
investigadores (Méndez, Olivares y Ros, 2001). La prevalencia de los trastornos
del estado de ánimo en población infantil se estima en el 2 por 100 de
depresión mayor y entre el 4 y el 7 por 100 de distimia (Domènech y Polaino-Lorente,
1990). La tasa de depresión aumenta con la edad (Domènech, Subirá y Cuxart, 1996;
Hankin, Abramson, Moffit, Silva y McGee 1998; Meltzer, Gatward, Goodman y Ford,
2000), incrementándose hasta el 5 por 100 después de la pubertad.
Este
dato sugiere que la adolescencia es una etapa de desarrollo particularmente
vulnerable a la depresión. La comorbilidad de la depresión infanto- juvenil es
elevada. Los diagnósticos asociados con mayor frecuencia son los trastornos de
ansiedad, los exteriorizados (negativista desafiante, disocial) y el abuso de
sustancias (Méndez, 1999).